No es que yo dudase en exceso de mis capacidades de ligoteo, aunque sí un poco porque, la verdad, es que hace mucho tiempo que no se me arrima nadie menos cuando estoy saliendo del garaje (ya conté en un post reciente mi accidente con el coche). Pero la verdad es que, con todos mis complejos a cuestas y demás, creo que tampoco soy un codrollo. El caso es que, como ya os he dicho tampoco hace mucho, me hice del Grindr por ver si así tenía más éxito en eso del mercado de la carne que tanto se lleva y yo tan poco uso usaba.
No voy a hablar de mis progresos con el Grindr, porque la verdad es que alguno ha habido pero ya sabéis que si otros no hablan de política en su blog personal (en el que tampoco hablan de nada personal, claro, jajajaja) yo no voy a hablar de sexo en un blog en el que salgo en pelotas cada dos por tres, jajajaja. Sin embargo hoy quiero confesaros algo. Hay gente a la que le parezco guapo.
Bueno, vale, dicho así suena a chufla. Pero es que, en realidad, hay gente a la que le parezco tan guapo como para acosarme. Y no es un acoso sutil de estos del jefe a la empleada que está buena, no, no, nada de sutilezas. Si he sido acosado ha sido al más puro estilo Almodovariano, que casi me dan ganas de hacer un guión para una peli con mi vida personal por ver si Pedro me la deja protagonizar. Siempre me quise ver con unos zapatos de plataforma, especialmente después de ver a Miguel Bosé en Tacones Lejanos y estar absolutamente convencido de que mis piernas son, con mucho, más bonitas que las suyas, jajaja.
Todo sucedió hace unos días, prácticamente un par de semanas. Para variar, iba con el tiempo justo (todos sabéis mi relación de odio con la puntualidad), así que llegué al Supermercado con apenas quince minutos para hacer la compra de la semana antes de la hora de cierre. Así que cogí mi cesta y me encaminé por el primer pasillo. Aquí entra en juego algo que no tenéis por qué saber, y es que, como soy tímido, siempre voy caminando mirando al suelo, no sé si por no mirar a los ojos a la gente o si por miedo a pisarlos con mis pies del número 45 (igual eso era un hándicap para mi papel en Tacones Lejanos). Llegué al primer pasillo, decía, y en mi camino me encontré con una cesta a mano izquierda y unos pies de señora a mano derecha. Hice ademán de pasar entre ambos, cuando la propietaria de tan lindos pies me impidió el paso. Intenté colarme entonces dejándola a mano izquierda, momento en el que ella se posicionó de nuevo a la derecha del pasillo, impidiéndome de nuevo el paso. Entonces, medio mosqueado, miré a su cara y descubrí una joven, no precisamente fea, con un piercing en el labio que me sonreía. Yo sonreí, igualmente, pensando "esta me está tomando el pelo o qué?" e intenté volver a pasar, momento en el que ella de nuevo me obstaculizó la maniobra, pero como ya me lo esperaba, cambié mi trayectoria y finalmente pasé a su lado. Justo en ese momento escuché de sus labios un claro, conciso y contundente "¡Qué guapo!" acompañado de un suspiro.
Primer pensamiento "Esto no puede ser cierto"
Segundo pensamiento "Será una prostituta buscando clientela?"
Tercer pensamiento "Debo de haber oído mal, mejor me hago el longuis".
Sigo por el pasillo alante, sin más comentarios cuando, justo antes de dar la curva y desaparecer, la chica se gira sobre si misma, me mira, y sonriéndome y en voz alta para que la escuche sin ningún tipo de dudas dice: "Es que te ví y me dije, es tan guapo que me voy a poner delante para que no pase. Lo quiero para mí sola"
Mátame camión.
Obviamente no pude ignorar de nuevo su comentario, y tras una sonrisa y un muchas gracias salí de allí huyendo por temor a terminar en su misma secta yendo a su mismo psiquiatra. Aunque ahora entiendo a las mujeres de los años sesenta que se paseaban por las obras a la espera de un piropo albañeril. Es la primera vez que me siento de un modo tan descarado un hombre objeto. Y me ha encantado XD